Cuando hablamos de fructosa, nos referimos a un sacárido simple con más capacidad de endulzar que el azúcar corriente. Hasta hace poco fue recomendada como edulcorante alternativo, adecuado sobre todo para los diabéticos. Sin embargo, la ciencia avanza y va desmintiendo gran cantidad de mitos. En esta entrada te contaremos lo que debes saber acerca de fructosa y cómo disminuir su consumo.
Hoy día los científicos alertan sobre el alto consumo de fructosa, ya que conduce a la obesidad y puede dañar el hígado.
También aumenta el riesgo de padecer diabetes y enfermedades cardiovasculares, y es una de las causas de la actual pandemia de obesidad. Hasta puede provocar el desarrollo del carcinoma del páncreas.
Fuentes de fructosa
Las fuentes naturales de fructosa son, entre otros, la fruta y la miel. De esta forma no representa ningún peligro, especialmente si estos alimentos forman parte de una alimentación equilibrada.
El problema es que este azúcar, y los siropes concentrados elaborados a partir de él (por ejemplo el sirope de maíz), constituyen el principal ingrediente de innumerables bebidas y alimentos alrededor de nosotros.
Donde suele haber un alto contenido de fructosa son zumos de fruta, bebidas edulcoradas desde aguas minerales con sabor hasta la coca cola. Tampoco se salvan los yogures, bollería, galletas, barritas y hasta los chips salados, y otros muchos alimentos de producción industrial.
¿Por qué se añade a los alimentos? El motivo es simple. La combinación de un precio más bajo y de la capacidad de endulzar más alta que la del azúcar normal reduce los costes de producción de los alimentos.
Fructosa versus glucosa
Hasta hace un par de decenas de años no se conocían las diferencias entre estos dos sacáridos y se consideraban equivalentes. Con el tiempo se demostró que el metabolismo de cada uno de los azúcares es distinto y eso a pesar de su semejante composición química.
Mientras que la mayoría de la glucosa para en los tejidos, sobre todo en los músculos, donde sirve como fuente de energía, la fructosa se dirige al hígado, donde sufre cambios y causa daños al organismo en muchos frentes.
Los riesgos de la fructosa
Este azúcar aumenta la síntesis de grasas que se suelen depositar en las paredes de los vasos sanguíneos. Por eso está detrás de muchas enfermedades de corazón y complicaciones relacionadas.
También eleva la cantidad de grasa visceral que se encuentra entre los órganos internos. Si traspasa un cierto límite, incrementa el volumen del abdomen y de la cintura. Esta grasa segrega hormonas e influye negativamente en el metabolismo, ya que aumenta el riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y cáncer de mama.
Aunque sea muy simplificado, podemos decir que consumiendo fructosa, consumimos grasas. Mientras que la glucosa se quema y tan sólo un 5 % se transforma en grasa, en el caso de la fructosa hablamos del 40 %. Estas grasas se depositan en el hígado y lo van dañando poco a poco. Este aumenta su tamaño y se vuelve más graso, lo cual puede provocar su inflamación.
Consumir demasiada fructosa fomenta la obesidad también de otra manera. Se debe a que ésta influye en las hormonas leptina y grelina, las cuales estimulan los centros de la saciedad. Por tanto induce menor sensación de saciedad de la que debería, y mayor sensación de hambre y eso hace que comamos más.
Si no controlamos las cantidades de este azúcar, podemos desestabilizar nuestro metabolismo, lo cual lleva a la debilitación de la sensibilidad de insulina y a los trastornos de su segregación. El resultado puede ser el desarrollo de la temible diabetes.
Así que ya sabes, no es que tengas dejar de comer todos los dulces y sustituir tu refresco favorito por agua, pero sí que conviene vigilar las cantidades. De este modo previenes muchas complicaciones de salud e incluso la diabetes, una enfermedad que te cambia la vida y de la que no hay vuelta atrás.
¿Te has parado a pensar sobre la cantidad de azúcar que consumes? ¿Qué trucos usas para bajarla? Comparte con nosotros tus experiencias.