¿También te pasa a veces que pasas al lado de una pastelería, miras el escaparate y te entran unas ganas de comerte cada uno de los pastelitos? ¿O cuando estás viendo la tele por la noche y de repente empiezas a pensar en ese chocolate tan rico que tienes en la despensa? Más de uno habrá pecado en estas situaciones. Pero no hace falta tener muchos remordimientos, ya que hemos heredado las ganas de comer dulce de nuestro antepasados.
Los sabores básicos
Una persona media tiene alrededor de 10 000 papilas gustativas. Éstas se encuentran en la lengua y cada uno podemos reconocer cuatro sabores básicos, aunque es posible que algunas áreas de percepción de sabores se superpongan con otras. Los sabores básicos son el dulce, salado, ácido y amargo. Algunos especialistas afirman que existe un quinto sabor, el así llamado umami (del japonés sabroso, delicioso), típico para los países asiáticos.
Los sabores básicos forma una fila desde la punta de la lengua, pasando por los bordes hasta llegar a la base. Lo más frecuente es que en la punta notemos el dulce, en la parte delantera el salado, en los bordes el ácido y en la base el amargo.
No hay nada sorprendente en que el sabor ácido esté causado por los ácidos y el salado por el sodio, el cual forma parte de la sal de mesa. La situación se pone más interesante con el sabor dulce, donde por supuesto marcan territorio los azúcares (el blanco de remolacha, lactosa, fructosa, etc.), también saben dulce los hidratos de carbono, alcohol y hasta algunas sales y compuestos del ácido aspártico.
También son dulces los edulcorantes artificiales y suelen endulzan mucho más que el azúcar, al cual sustituyen. Y curiosamente los más dulces no son los azúcares, sino las proteínas de bayas africanas.
¿De dónde vienen las ganas de comer dulce?
Mucho antes de que se fabricara el primer caramelo, nuestros antepasados buscaban en la naturaleza algo dulce que les recargara la necesitada energía y les protegiese ante enfermedades y hambre en los tiempo difíciles. Y justamente los azúcares y las grasas son desde siempre la mejor forma de mantener el cuerpo humano vivaz.
El sabor dulce les señalaba que cierto alimento es fuente de energía inmediata, la cual era imprescindible en marchas largas, durante del trabajo, lucha o huída ante el peligro. Por eso se puede notar el dulce en la misma punta de la lengua para averiguar rápidamente si dado alimento aportará energía.
El problema está en la vida más cómoda que nos ofrece la civilización moderna, por lo que ya no necesitamos consumir tanto azúcar, pero aún así lo encontramos a diario en cada esquina y no es nada fácil resistirse a esa tentación.
Los científicos hasta intentan encontrar un «medicamento» que nos quitase las ganas de comer dulce, pero por el momento sin éxito. La razón puede ser justamente el hecho de que el cuerpo humano ya está programado así y el deseo de lo dulce es una parte de nuestras defensas que nos ayudó a sobrevivir durante siglos.
Según los especialistas nutricionales los azúcares, al igual que las grasas, son muy importantes para nuestro organismo. Los alimentos grasos y dulces aportaban y siguen aportando cantidades de energía que el cuerpo guarda en sus reservas para épocas difíciles, por ejemplo el ayuno en la temporada de invierno. Y por eso hasta el día de hoy tenemos la propensión a consumir cosas grasas y dulces y en el mejor de los casos, la combinación de ambos (tartas y helados cremosos, chocolate, pero también hamburguesas y pan blanco).
Ser razonables
Poca gente es capaz de quitarse del todo las ganas de dulce y evitar así el consumo de alimentos dulces. Eso sería ir contra las preferencias naturales de sabores. Aun así sería conveniente consumir los azúcares en cantidades razonables. El azúcar es la fuente básica de energía para la actividad física, sobre todo para su comienzo, así que no hay nada malo en tomarse un vaso de bebida dulce o un café endulzado antes de una actividad deportiva o el trabajo en el jardín. Sería peor tomárselo al terminar la actividad, porque de esa forma el cuerpo ya no tendría oportunidad de quemarlo.
El enemigo de nuestro cuerpo no es el azúcar y las ganas de consumirlo, son más la comodidad, un estilo de vida desequilibrado y la indisciplina en la comida y bebida. Cada uno somos responsables de nosotros mismos y sólo depende de nosotros si escogemos el camino de la pereza o una vida activa, a la que pertenece todo lo que nos gusta, incluido el tantas veces maldecido azúcar.